Baby Boomers Puerto Rico

Confesiones de una madre que perdió a su hijo

Por: Gloria Esther Molina

Soy Gloria Esther Molina. Nací en Fajardo, Puerto Rico en 1951.  Desde que nací se detectó en mí un problema respiratorio con excesiva retención de mucosa que luego fue desarrollándose en una condición pulmonar y nasal severa.

Era la época en que surge una gran concentración de Puertorriqueños emigrando a los Estados Unidos (1953) y mi madre no fue la excepción, dejándome con mi padre que a su vez, me dejó con mi abuela.

Me criaron con carencia de afecto, y no me siento parte integrante de nadie.  Sufrí, además del abandono de mi madre, la condición pulmonar en desarrollo, discrimen por ser niña, racismo por parte de la familia de mi madre, maltratos físicos de mi abuela, de la sobrina de mi abuela y luego por mi propio padre.  Al encontrarme sola conmigo misma, enfrento estos desafíos y sigo hacia adelante desarrollando una fuerte confianza en Dios.

Al  cumplir 16 años, muere mi padre y me toca responder, aún siendo menor de edad, las amenazas de embargos de los negocios de mi papá.  Asumo toda la responsabilidad estudiando y trabajando, para pagar la deuda del embargo de la casa donde vivía.

A los 21 años decido ir a los Estados Unidos a conocer a mi madre y a los 22, para mitigar la soledad que vivía, decido casarme con un amigo insistente en no dejarme sola.  Acepto la propuesta por las ansias de formar una familia. 

Ante la persistencia de tener hijos, descubro con los años, que tenía un micro adenoma en la glándula Pituitaria que impedía quedar embarazada. Me someto a una riesgosa operación en la que por mi condición respiratoria y mucha mucosa nasal infectada, podría presentar un cuadro de meningitis. A los 8 años de casada decidimos adoptar un niño recién nacido en Costa Rica.  No fue fácil, pero lo logramos.  Criamos al niño cómo lo más  grande y único en nuestra vida y yo le dí todo el amor que  nunca tuve. Me propuse ser una excelente madre y estar siempre para él. Le enseñamos a sentirse muy amado y deseado, cometiendo el error de sobreprotegerlo.

A los 11 años de casada, descubro la infidelidad de mi esposo.  Lo dejo, pero éste me suplica llorando que lo perdone.  Lo perdono, y a los 26 años de matrimonio vuelve hacerme infiel y decido divorciarme. 

Estuve siete años sola y luego conocí a mi actual esposo con el que llevo 16 años de casada.  Mi hijo ya adulto se independiza.

Para septiembre del 2017, llega el Huracán María a Puerto Rico.  Vivía en Cupey Alto, Rio Piedras.  Las fuerzas de este Huracán me llevaron parte del techo de la casa, permitiendo así que la lluvia entrara, dañando todos los muebles y camas.  El Huracán se convirtió en un nuevo reto para mí.  Me empoderé de toda la fuerza que siempre tuve, pero no contaba con que la condición pulmonar estaba más avanzada y requería cada vez más atención. 

Al no tener luz y agua por tanto tiempo, tenía mucha dificultad de hacer las terapias respiratorias, que eran cuatro y hasta seis al día.  El Plan médico militar que tenía,  gracias a mi esposo, me cubría los costosos medicamentos que llegaban de Illinois, en nevera.  Como en Puerto Rico se había afectado el correo, y las líneas de teléfono estaban dañadas;  era imposible hacer los pedidos.

Había que usar el generador eléctrico de gasolina para yo hacer las terapias.   Mi esposo se levantaba a las 2:00 A.M. para poder hacer buen turno en los puestos y alcanzar a comprar gasolina antes de que se acabara, y poder  así suplir mi gran necesidad. 

Dormía en un mattress inflable y pasado un mes, la cantidad de hongo y humedad que se desarrolló en la casa me agravó más,  y el médico me encontraba cada vez peor.  No tenía los inhaladores y medicamentos de nebulizar necesarios.  Los hijos ayudaron lo más  posible, consiguiendo una casa de urbanización en Villa Carolina y la solución fue peor.

Todas las casas alrededor tenían generadores y los constantes gases de gasolina y diesel  se metían en la casa.  El humo y el olor a los gases no me dejaban dormir y me ahogaba. Buscamos salir de allí, buscando hoteles y todo estaba lleno.  Llegamos al punto de dormir dentro del carro.

El médico me  avisó que me fuera de Puerto Rico urgente: “O te vas, o te mueres”. Tenía que salir de la Isla.  Mi hijo me suplicaba que me fuera, que no me preocupara por él,  que él estaría tranquilo si yo iba a estar bien. 

Llegamos a Florida el 23 de noviembre a empezar de cero. Ya a los 22 días  teníamos nuestro apartamento y nos fue fácil amueblarlo. Comencé a tratarme inmediatamente. Tuve una hospitalización para estabilizarme y comenzaron a llegar los medicamentos.  Llevamos cuatro años en Florida.  Mi hijo y los hijos de mi esposo nos llaman casi todos los días y venían a vernos una vez al año para Navidad.  Mi hijo decía que vivía tranquilo, por lo mucho que me cuida mi actual esposo.

El 17 de diciembre del 2021, me llama mi hijo para asegurarse de que el paquete que me envió había llegado.   Hablamos por Facetime y me iba diciendo de quien era cada regalo.  Me advirtió que esos no eran los regalos de Navidad, que esos eran detalles, producto del viaje que dio a Cancún, Mexico.

Era un amor en detalles. Nunca me hubiera imaginado que tres días después, lo iba a perder para siempre, y ya no lo escucharía más. 

La mañana del 20 de diciembre de 2021, me llamó a eso de las 11:00, me dijo _¿Cómo estás mamita linda?, _ Estoy en la carretera de Ponce hacia  los outlets de Barceloneta. “Voy a comprar los regalos de navidad, me dijo. Acostumbraba a llamarme y estar hablando conmigo largo rato, contándome de sus días, sus planes y sueños.  Solo que ese día, yo también salía por la puerta, justo cuando me llamó, y le dije.   “No te preocupes” me dijo. “Hablamos en la tarde”.

Me lamento una y mil veces habernos despedido sin yo hablar mucho más con él como tantas veces.  En la tarde, a las 5:23pm, un malvado le arrebató la vida a mi adorado hijo Jorge, de 41 años.  Un vil asesino me lo mata de carro a

carro, en la carretera de Caguas hacia las Catalinas Mall, supuestamente por confusión.  

Me entero por la noche; una llamada, y mi mundo se derrumbó.  Fueron tantos pensamientos que llegaron a mi mente, entre ellos, el porqué , ¿Porqué  no lo llamé?, ¿Porqué él no me llamó?, ¿Qué hago ahora?. ¡Que dolor tan inmenso!.

Al otro día temprano volé a Puerto Rico. Tenía que reconocer su cuerpo. Él no tenía a más nadie, sólo yo.  Su padre había muerto un año y medio atrás.  Pedí  fuerzas a Dios e hice todo lo que había que hacer.

Hoy, tengo conmigo sus cenizas, le rezo, veo sus fotos  tan alegre y todavía no lo puedo creer.  El dolor te hace fuerte, dicen, pero, no lo puedo comprender.  Ya son cuatro meses de su partida. Mi muchacho era humilde, bueno, cooperador con todos y me ha dejado sin su amor y sin poder escuchar su voz. Su silencio lo sentiré el resto de mi vida.  Una vez más la vida se empeña en ponerme a prueba y tengo que seguir escribiendo, para seguir avanzando.

Sobre la autora:

Escritora del libro autobiográfico “Husmeando por mi vida”

Disponible en Amazon.

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